Sergio Valverde Gallego

La Muerte será el adorno que pondré al regalo de mi vida.

Uno de los últimos y grandes regalos que me está dando la vida, es el poder acompañar a otros seres en sus últimos días y, además, acompañar a sus familiares en el proceso de la pérdida de un ser querido (duelo). Es un trabajo que, en ocasiones, puede resultar duro por estar infundado por un sistema de creencias que tenemos sobre la muerte. Pero esto, a su vez, es gratificante por la magia y la paz con la que se da este acompañamiento.

“Las creencias sociales, las creencias familiares y la religión nos han ido programando a lo largo de la historia para vivir este proceso desde el miedo, el dolor y el sufrimiento”.

Una suma de emociones negativas que nos va alejando de poder vivir esta experiencia de una forma amable, tranquila y amorosa. Como consecuencia alargamos así la transición con emociones aflictivas, que pueden llevar a esa alma que transita a quedarse enganchada a este plano físico. Y además, viviendo un duelo y desamparo horrible por parte de sus seres queridos.

Recientemente he podido experimentar este acompañamiento desde dentro de mi clan familiar, sosteniendo el cuerpo y el alma de un ser de mi propia familia. Ha sido un aprendizaje precioso que, dedicándome a esto, siento la necesidad de tener que compartir, deseando que mi vivencia pueda ser una semilla consciente para otras personas.

“La vida y la muerte es el mismo tránsito, el mismo cambio, el mismo estado, siendo nuestro sistema de creencias quien marca la diferencia entre una y otra, el sufrimiento o la paz, en este estado de evolución del alma”.

Siempre viví la muerte como algo terrible. Quien ha perdido a un ser querido sabe lo difícil que es la añoranza de un padre, madre, hijo o ser querido en acontecimientos importantes de nuestra vida, como pudiera ser nuestra boda, el nacimiento de nuestro hijo, las festividades religiosas como la Navidad…

Cierto que, actualmente, mi trabajo de consciencia no tiene nada que ver con el que tenía hace 15 o 20 años, cuando mis primeros seres queridos empezaban a marcharse de mi lado; dejando un terrible vacío, una profunda tristeza y por tanto, activando ese circuito desequilibrante de emociones que durante los días, las semanas, incluso en ocasiones, los años posteriores, me solían mantener en un duelo desgarrador.

Los años y la experiencia me hicieron comprender que, principalmente nuestro sistema de creencias nos programa para vivir tanto la enfermedad como la muerte desde el miedo, la incertidumbre, el dolor o el sufrimiento.

“Ni nos enseñan ni se nos proporcionan los recursos conscientes para comprender y afrontar el proceso de morir; proceso del que no todos tenemos muy presente de que puede llegar a ocurrir en cualquier momento”.

Aceptar que estamos entrando o que podemos entrar en cualquier momento en este proceso, conocer las fases por las que nuestro cuerpo irá pasando y comprender qué sucede después de nuestra última exhalación, no sólo le permite a nuestra alma iniciar un agradable retorno a casa, sino que también da la estabilidad, paz y normalidad a esas almas que se dejan en este plano, al ver o sentir que nos vamos tranquilamente.

¿Cómo podemos romper estas creencias limitantes sobre la muerte?

Desde mi experiencia hay dos cosas que destacaría. Una, sería vivir este tránsito desde la coherencia y otra, romper con la información consciente o inconsciente que alimenta nuestras creencias sobre la muerte.

Principalmente, debemos cultivar a lo largo de nuestra vida una buena relación con nuestra alma; conectando con nuestra esencia, con el ser de luz que somos, reconocernos en unidad con ella y con los aprendizajes que hemos venido a experimentar en esta existencia. No siendo necesariamente una creencia religiosa para ello, sino más bien el resultado de un trabajo de introspección y de toma de consciencia.

Reconocer los apegos, las emociones y los deseos materiales que nos retienen aquí, es fundamental para poder emprender en paz nuestro viaje.

El apego principalmente a nuestro cuerpo, a lo que hemos sido, a nuestras emociones, en muchas ocasiones puede alargar el momento de partir generando un ambiente de dolor, miedo y sufrimiento.

Es por ello que la escucha, la compañía y el amor incondicional son los mejores recursos para realizar un acompañamiento a nuestros seres queridos. A veces, ni siquiera son necesarias las palabras. Cogerles de la mano, mirarles, darles las gracias por acompañarnos en nuestros aprendizajes, las gracias por elegirnos en los suyos… Hacerlo desde nuestro amor incondicional, da el permiso que a veces necesitan para emprender el viaje.

También es posible seguir acompañando a nuestro ser querido los días posteriores a su partida; recordando de forma positiva lo compartido con él, desde ese amor incondicional. Les será de gran ayuda hablarles para que tomen consciencia de que deben partir de nuestro lado, de que estaremos bien con su partida, que estarán en nuestro recuerdo y corazón con AMOR, que no teman por su nuevo destino, ese hogar lleno de luz… Si esa alma desencarnada siente y ve que estamos bien, se podrá ir en PAZ.

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